El debate hoy es establecer los principios de un nuevo modelo de desarrollo y permear toda la sociedad, en la urgencia de un cambio de paradigma, como lo señala el portugués Boaventura de Sousa Santos, ante un fracaso del espejismo del desarrollo actual, “quizás en lugar de buscar modelos alternativos… ha llegado el momento de crear alternativas al desarrollo mismo… las promesas de la modernidad se han convertido en problemas, para los cuales no hay soluciones modernas”.
En materia de ciencia y tecnología para un país como el nuestro, se requiere de más inversión y por igual de la definición de líneas estratégicas que aporten a un nuevo modelo de desarrollo, más allá de un simple modo de producción. Ello, sin duda, requiere del diagnóstico y reconocimiento de los propios requerimientos y recursos disponibles, donde se incluye la atención y robustecimiento de las tareas, entorno a la formación de capital humano en todos los niveles, con una mirada descentralizadora.
Para ello, se requiere la configuración de la gestión estatal de la ciencia, la tecnología, el conocimiento y la innovación, para generar el desarrollo, como una función inherente que impulsa a la sociedad en la búsqueda continua de progreso, como un proceso íntimamente ligado a la construcción día a día de la democracia. Pero si partimos de la base que no hay un estado capaz de lograr que en la sociedad la influencia de la política científica cambie, la composición de los factores económicos, políticos, educativos y culturales que posibilitan su preeminencia, será un estado fallido.
Por ende, al constituir un estado y una democracia para la ciencia, se busca tener una intermediación efectiva en las estructuras, funciones y valores del conjunto social. Es reconocer a la ciencia, como un instrumento de valioso potencial en lo que refiere al mejoramiento de la calidad de vida, desde todas sus aristas, es también legitimar su pertinencia en el concierto social y político, con el objetivo de responder a los desafíos que enfrentamos como sociedad, basada en una cultura de pensamiento crítico, y donde nuestra comunidad científica, desde los territorios como el nuestro, debe comenzar a diseñar alternativas de existencia en el desierto más árido del planeta sobre la urgente necesidad de sobrevivir.
En este sentido, otro punto muy relevante es cómo hacemos ese trabajo desde la academia cómo llegamos a los territorios, vale decir, cómo creamos una manera como sociedad científica en conjunto, de velar por las necesidades de las comunidades, localidad y territorios en general.
En ese sentido, debe ser la ciencia la que debe estar al servicio de las personas, una frase que se debe condecir no sólo en un sentido figurativo, sino literal, siendo los estudios de los/las investigadores/as, lo que estén en enfocados y en concordancia con las problemáticas que padecen las personas, las que se deben resolver, pensando en que esto sea para y por las personas.